El tema de la penetración castrista en el exilio, específicamente en Miami y en el campo cultural, ha sido más que manoseado. No obstante, la Feria Internacional del Libro de Miami ha revuelto un tanto ese avispero, y en los últimos días Internet ha servido de escenario para eventualidades prácticamente surrealistas. Desde editores de páginas en Facebook que admiten propaganda a favor de los Cinco Espías, y que acuden tan campantes a los eventos culturales de los exiliados, hasta personajes que se vanaglorian de sus lazos con la oficialidad cultural cubana. Se ha visto y se verá de todo.
Hay quienes se quejan de la facilidad con que ciertos agentes, y quienes les sirven en bandeja la coartada cultural, “se la montan” en la capital del exilio cubano. “Se aprovechan de la libertad que les brinda este país para importar basura castrista”, dicen más o menos, y no les falta razón. Por suerte, no estamos en Cuba. Por mucho que se esfuercen los tontos útiles, los escritores y editores de mentirita, los segurosos camuflados, el bastión americano es y será inexpugnable. En este país no hay sitio para organismos culturales oficialistas ni se puede hacer carrera blandiendo diplomas de premios patrocinados por una dictadura. Aquí sólo caben tres cartas debajo de la manga: talento, pujanza y sentido común.
Todos tenemos un sitio bajo el sol. No se trata de criminalizar el pasado de cierta gente sino, más bien, de dejarle saber que ese pasado no tiene voz ni voto aquí, ni horizonte, ni futuro. Hablamos de un pasado miserable, opresivo, liberticida, contrario a la esencia de lo que es y significa Estados Unidos. Quienes lo protagonizaron o proliferaron a la sombra de sus manejos deberían, en todo caso --si es que realmente quieren aprovechar su estancia en este país--, extender un piadoso manto de silencio y olvido sobre él. Y mirar adelante.
Nada más. No se hagan ilusiones. Cualquier intento en sentido contrario será puesto en su lugar a su debido tiempo.
Hay quienes se quejan de la facilidad con que ciertos agentes, y quienes les sirven en bandeja la coartada cultural, “se la montan” en la capital del exilio cubano. “Se aprovechan de la libertad que les brinda este país para importar basura castrista”, dicen más o menos, y no les falta razón. Por suerte, no estamos en Cuba. Por mucho que se esfuercen los tontos útiles, los escritores y editores de mentirita, los segurosos camuflados, el bastión americano es y será inexpugnable. En este país no hay sitio para organismos culturales oficialistas ni se puede hacer carrera blandiendo diplomas de premios patrocinados por una dictadura. Aquí sólo caben tres cartas debajo de la manga: talento, pujanza y sentido común.
Todos tenemos un sitio bajo el sol. No se trata de criminalizar el pasado de cierta gente sino, más bien, de dejarle saber que ese pasado no tiene voz ni voto aquí, ni horizonte, ni futuro. Hablamos de un pasado miserable, opresivo, liberticida, contrario a la esencia de lo que es y significa Estados Unidos. Quienes lo protagonizaron o proliferaron a la sombra de sus manejos deberían, en todo caso --si es que realmente quieren aprovechar su estancia en este país--, extender un piadoso manto de silencio y olvido sobre él. Y mirar adelante.
Nada más. No se hagan ilusiones. Cualquier intento en sentido contrario será puesto en su lugar a su debido tiempo.