google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Erótica, el espacio interior (I)

viernes, 19 de noviembre de 2010

Erótica, el espacio interior (I)

por Ángel Velázquez Callejas

Al leer Erótica, novela del escritor Armando Añel, sentí una sensación inigualable. A mi sentido del gusto, de mi forma de percibir algo útil, se aproximó una escritura al parecer borrosa y extraña. No solamente se trataba de palabras, de texto, sino de que en el fondo la novela ocultaba un inmenso silencio, una paz inconsolable: paradójicamente, aunque discrepaba en algunos puntos de su abordaje, la novela fue aceptada involuntariamente por mi espacio interior, allí donde cabe la libertad.

Dado que he tenido protervas experiencias con otros textos, Erótica, sin embargo, me ayudó una vez más a testimoniar el estado de mi angustia como lector. De pronto, cuando comienzo a leer un libro cualquiera, me inunda un aburrimiento total. El cuerpo se apaga y el sueño entra galopante. ¿Es que ante un tipo de literatura racional, realista, mi cuerpo involuntariamente pide dormir? No tengo una respuesta satisfactoria al respecto, pero por mucho que insisto en la lectura de esos textos, es inútil. Me invade un cierto malestar, y acabo tirándolos. Esta sensación de fastidio no me sobrevino con Erótica. Sus 130 páginas las devoré de un tirón. Solo porque quizás en el ensueño, no en la realidad, pude percibir el lenguaje de Cumberland –la imagen donde El Reducto cabe en la Playa y la Playa cabe en lo erótico, el Gran Salto Adelante. Pude entrever como paradójicamente el espacio se sobreponía a la historia.

Estuve indagando en las razones de este recogimiento sensual ante Erótica y encontré un hecho puntual: detrás de Erótica parece existir una fuerza creadora, un impulso de la creación. No del autor, sino de la creatividad. Voy entendiendo claramente por qué a veces necesitamos firmar lo que nos es dado, lo que nos es prestado, para aprobar curiosamente lo que impone la imaginación. Fue Idamanda, una mujer, la que le alumbró esa necesidad literaria por el placer a Richard del Monte. No está admitido rectamente en la novela, pero está indicado con una sutileza magistral.

Las imágenes con que Idamanda descifra el sentido de la vida, su poderosa fuerza hedónica, cifran un nuevo significado. La vida no es trágica como asumen los existencialistas, no está privada de sentido, pero tampoco posee un significado preestablecido. Decir que la vida es hedónica, que “para ser plenamente productivo hay que ser plenamente feliz”, es inapreciable para la vida. La vida ni es significativa ni deja de serlo. Todo depende de lo que cada individuo decida hacer con ella. ¡Depende de su libertad! Si de antemano fijamos un significado, el hombre será indigno.

Fragmento del texto de presentación que Velázquez Callejas leerá esta noche en La Otra Esquina de las Palabras, en Café Demetrio, a las 7:30 p.m. (300 Alhambra Circle, Coral Gables, Miami). Entrada gratis.

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