La estética, la fundamentación del arte actual, no ha cambiado en nada. Está subordinada al ego y en ella yace el mismo sentido, el mismo esquema lógico, el mismo fundamento de ayer. Solo cambian los conceptos, las metáforas, los símbolos, pero el misterio sigue intocable. La vida sigue siendo un concepto a filosofar. La vida pierde su significado en medio de muchos significados apostillados.
Los hedonistas han tratado de llenar ese significado con un concepto, el del placer. Quizás uno de los puntos chocantes de la novela Erótica, de Armando Añel, sea su ateísmo. En Playa Hedónica no se pretende hacer referencia a ningún fundamento religioso. Posiblemente los cumberlanos son antirreligiosos por naturaleza; no profesan, al parecer, ninguna religión, a no ser que el hedonismo lo sea. Además, estos fundamentos obstruyen la libertad del placer. Entre el pensar y el ser hedónico transcurre toda la trama de la novela.
Nietzsche dice que por esta cuestión de concepto, de separación y comparación, el hombre no vive, y por eso tiene la fuerza de imaginar, por eso tiene que crear. Es un mal necesario, por el cual tiene constantemente que mentirse a sí mismo para vivir. ¿Es el hedonismo una falta de comprensión de la realidad a la que apunta Idamanda? Veo al final de la novela un cierto pesimismo, aunque está latente la aversión por cualquier credo. ¿Ateísmo o teísta? Son lo mismo, el mismo ropaje de la creencia. Los credos nacionalistas surgen de esta dicotomía esencial del Sueño. El sujeto onírico creándose una falsa expectativa de lo que es la vida y su significado intrínseco. Epicuro es ateo, y no por eso deja de ser hedonista.
He visto esta novela como una metáfora del mentirse a sí mismo, de crear sustitutos ficticios para sobrevivir la realidad y soportar el desnudo que nos impone la vida día a día. Por eso la vida es sueño, dice Calderón de la Barca. Y la expresión de Idamanda (“La vida es sueño y es juego”, Los Tres Factores, págs. 103 y 104) es muy sugestiva. La vida está dispuesta a proporcionar algo útil, bello, y siempre se le esquiva. Es un problema que discurre en la mente, en la proyección intelectual del soñador. ¡Es irreal!
Pero llega el punto, y Nietzsche lo acepta, que esa irrealidad se vuelve real. Es lo que ha sucedido desafortunadamente en la historia humana. No es que sea real lo ficcionado, lo inventado, sino que lo irreal ha sufrido una conversión, ha sido aceptado como creencia colectiva para poder sobrevivir, para seguir adelante. Cumberland es la prueba. El Gran Salto Adelante es la manifestación. La voluntad de vivir es una voluntad preñada de imaginación, de sueños y de ardides complementarios. Por lo pronto, eso es lo que para mí es Erótica, la que se halla en el texto, en las metáforas imaginativas, una posible conversión. Enfundar esperanza y crear una nueva utopía: establecer una creencia colectiva.
Los hedonistas han tratado de llenar ese significado con un concepto, el del placer. Quizás uno de los puntos chocantes de la novela Erótica, de Armando Añel, sea su ateísmo. En Playa Hedónica no se pretende hacer referencia a ningún fundamento religioso. Posiblemente los cumberlanos son antirreligiosos por naturaleza; no profesan, al parecer, ninguna religión, a no ser que el hedonismo lo sea. Además, estos fundamentos obstruyen la libertad del placer. Entre el pensar y el ser hedónico transcurre toda la trama de la novela.
Nietzsche dice que por esta cuestión de concepto, de separación y comparación, el hombre no vive, y por eso tiene la fuerza de imaginar, por eso tiene que crear. Es un mal necesario, por el cual tiene constantemente que mentirse a sí mismo para vivir. ¿Es el hedonismo una falta de comprensión de la realidad a la que apunta Idamanda? Veo al final de la novela un cierto pesimismo, aunque está latente la aversión por cualquier credo. ¿Ateísmo o teísta? Son lo mismo, el mismo ropaje de la creencia. Los credos nacionalistas surgen de esta dicotomía esencial del Sueño. El sujeto onírico creándose una falsa expectativa de lo que es la vida y su significado intrínseco. Epicuro es ateo, y no por eso deja de ser hedonista.
He visto esta novela como una metáfora del mentirse a sí mismo, de crear sustitutos ficticios para sobrevivir la realidad y soportar el desnudo que nos impone la vida día a día. Por eso la vida es sueño, dice Calderón de la Barca. Y la expresión de Idamanda (“La vida es sueño y es juego”, Los Tres Factores, págs. 103 y 104) es muy sugestiva. La vida está dispuesta a proporcionar algo útil, bello, y siempre se le esquiva. Es un problema que discurre en la mente, en la proyección intelectual del soñador. ¡Es irreal!
Pero llega el punto, y Nietzsche lo acepta, que esa irrealidad se vuelve real. Es lo que ha sucedido desafortunadamente en la historia humana. No es que sea real lo ficcionado, lo inventado, sino que lo irreal ha sufrido una conversión, ha sido aceptado como creencia colectiva para poder sobrevivir, para seguir adelante. Cumberland es la prueba. El Gran Salto Adelante es la manifestación. La voluntad de vivir es una voluntad preñada de imaginación, de sueños y de ardides complementarios. Por lo pronto, eso es lo que para mí es Erótica, la que se halla en el texto, en las metáforas imaginativas, una posible conversión. Enfundar esperanza y crear una nueva utopía: establecer una creencia colectiva.