Definitivamente, Idamanda intenta romper las reglas del juego y trata de establecer una visión social y cultural del Eros, de la pulsión sexual estremeciendo la falsedad de la hipocresía de la culpa, del sentido del pecado, de la posibilidad de la represión. Idamanda no es un nombre común y corriente, como se ha intentado tomar de la lectura de la novela Erótica, de Armando Añel, sino una metáfora libidinal que simboliza, en una concepción de sexo y cultura, la contrapartida de la represión sexual y el apoyo al amor por la libertad.
“Reconociéndose en ese otro nombre” (Introducción: Idamanda, página 7. El subrayado es mío), Idamanda se expresa y se manifiesta como un Hecho, el otro frente a la represión del yo. ¡Un gran malestar! En Erótica fluye este malestar cultural como destilación final de una generación que transgrede al Hecho; directamente contestataria y agresiva contra la más significativa creación de esa represión en la época moderna, que es el totalitarismo. Erótica se propone erradicar la totalidad consumada de la represión, de la súper concebida vitalidad del ego sobre el otro. Pero primero tiene que asegurarse de un hecho: el nacimiento de Idamanda. Porque con ella, paradójicamente, muere la procreación, la sexualidad y el sexo. Siempre y cuando el cerdo esté procreando, o cualquier animal --y el hombre por naturaleza es un animal también--, la política es su instrumento definitivo. Idamanda está, pero no es una concreción en la novela. Es el fin de la política.
Es por eso que en este caso el anhelo de libertad se reduce a la política, a la cantidad. La procreación a través del sexo lleva implícito un instinto político. Nuestra sexualidad es política. La vida se vuelve entonces el arte de la política y no de la superación de los conceptos, de las creencias, de la culpa y el pecado. Derivándose de ello, no habrá crecimiento, superación por la vida, sino solo historia, como dice Ouspenski en sus Enseñanzas, historias del crimen. Se sigue desconociendo la fuente misma del mito griego Eros, puesto que Freud no hallaba ninguna prueba científica en ello. El amor por su amado hombre, levantaba cierta suspicacia sobre la homosexualidad, la pasión sexual, la lujuria; pero en realidad el tono era algo diferente, amoroso en el sentido de la entrega, del salto, del crecimiento espiritual; algo así como lo que dice Idamanda, creo yo: “Yo soy la mujer de mi marido, y mi marido es mi mujer” (Notas al margen, página 122).
De modo que la historia que da sustento al hecho novelable, a Erótica, no es tan importante como el hecho mismo que es Erótica en el trasfondo subyacente, al ocultar las antiguas implicaciones represivas del sexo, del placer, de la mujer a través del juego de la política.
“Reconociéndose en ese otro nombre” (Introducción: Idamanda, página 7. El subrayado es mío), Idamanda se expresa y se manifiesta como un Hecho, el otro frente a la represión del yo. ¡Un gran malestar! En Erótica fluye este malestar cultural como destilación final de una generación que transgrede al Hecho; directamente contestataria y agresiva contra la más significativa creación de esa represión en la época moderna, que es el totalitarismo. Erótica se propone erradicar la totalidad consumada de la represión, de la súper concebida vitalidad del ego sobre el otro. Pero primero tiene que asegurarse de un hecho: el nacimiento de Idamanda. Porque con ella, paradójicamente, muere la procreación, la sexualidad y el sexo. Siempre y cuando el cerdo esté procreando, o cualquier animal --y el hombre por naturaleza es un animal también--, la política es su instrumento definitivo. Idamanda está, pero no es una concreción en la novela. Es el fin de la política.
Es por eso que en este caso el anhelo de libertad se reduce a la política, a la cantidad. La procreación a través del sexo lleva implícito un instinto político. Nuestra sexualidad es política. La vida se vuelve entonces el arte de la política y no de la superación de los conceptos, de las creencias, de la culpa y el pecado. Derivándose de ello, no habrá crecimiento, superación por la vida, sino solo historia, como dice Ouspenski en sus Enseñanzas, historias del crimen. Se sigue desconociendo la fuente misma del mito griego Eros, puesto que Freud no hallaba ninguna prueba científica en ello. El amor por su amado hombre, levantaba cierta suspicacia sobre la homosexualidad, la pasión sexual, la lujuria; pero en realidad el tono era algo diferente, amoroso en el sentido de la entrega, del salto, del crecimiento espiritual; algo así como lo que dice Idamanda, creo yo: “Yo soy la mujer de mi marido, y mi marido es mi mujer” (Notas al margen, página 122).
De modo que la historia que da sustento al hecho novelable, a Erótica, no es tan importante como el hecho mismo que es Erótica en el trasfondo subyacente, al ocultar las antiguas implicaciones represivas del sexo, del placer, de la mujer a través del juego de la política.