por Ángel Velázquez Callejas
Una vez le preguntaron al autor del El viejo y el mar qué se necesitaba para escribir bien, a lo que respondió: lo primero, extirpar las basuras que acumula la mente del escritor. Ernest Hemingway se refería a los pensamientos como basura. Esta visión de Hemingway es muy importante, porque diferencia tácitamente a quien es un pensador, un creador, de quien es un estanque de pensamientos. Y resulta que el autoengaño proviene de ahí: creemos que pensamos cuando en realidad derivamos ideas a partir de los pensamientos ajenos. Es tan difícil darnos cuenta de ello, de esos extremos, porque en mayor medida nos anclamos en la memoria, cuyo factor interfiere constantemente entre estas dos cualidades del conocimiento.
Pensar es una cualidad intrínseca de la visión. Lo que Lezama llama imago. Ver, en el punto nodal, no es un pensamiento, sino un modo de reconocer la realidad. ¿Qué realidad? La que no puede ser objeto de conocimiento: la conciencia de ver. Pero cuando esta conciencia de ver pasa por los sentidos, coagula en una imagen, que se convierte en pensamiento en sí. Entonces el pensar se hace efectivo. Parte de quien ve. Desde luego, en sentido general, la literatura forma un estanque de pensamientos, no de pensar. La literatura, sobre todo el llamado realismo, es una balsa de pensamientos. Los escritores modernos suelen acumular pensamientos desde el exterior para derivar sus ideas. El realismo, en extensión, es una forma acuciosa de la memoria.
José Martí dijo que Félix Varela enseñó a los cubanos a pensar. ¿En qué sentido? En el sentido tradicional del término: a crear una memoria criolla, un pensamiento criollo, un estatus colectivo formal. Pero a pensar en sí, no creo. De ahí que las ideas del pensamiento cubano se transmitan por la vía de tendencias y estructuras ideo-políticas: independentismo, reformismo, abolicionismo, anexionismo, autonomismo, etcétera. Conceptos que constituyen un modo de derivar la frase sobre lo colectivo, cuando pensar en sí es una visión desde lo individual. Por eso el cubano se enmarca dentro de una tendencia según las circunstancias: “Soy patriota”, “soy martiano”, “soy independentista”, “soy revolucionario”… o “soy lo contrario”, una extensión de la memoria nacional.
Martí, que era uno de los más aventajados, quizás el más grande pensador cubano, derivó muchas de sus ideas de la memoria en formación, aunque algunas singulares llevaron el sello de la visión. Desgraciadamente, el cuerpo pensante de la intelectualidad cubana es tendencial. En los ensayos y novelas de Lezama, que siempre mantuvo distancia, podemos intuir esa dependencia de lo tradicional. Pensar en sí es muy peligroso. A causa de ello Nietzsche se volvió loco. El dilema está latente, porque de ello depende la verdadera libertad. El riesgo fue sugerido por Lezama cuando se empeñó en un sistema de pensamiento –sistema poético del mundo-- que desembocaría en una discontinuidad de lo politizante e ideológicamente pedestre.
Ya es hora que tengamos en cuenta la declaración de Hemingway: extirpemos la basura para dar paso al pensar legítimo, un modo elocuente de recrearnos en nuestra existencia gozosa y eliminar, como dice Emerson, la mentira de la historia.
Una vez le preguntaron al autor del El viejo y el mar qué se necesitaba para escribir bien, a lo que respondió: lo primero, extirpar las basuras que acumula la mente del escritor. Ernest Hemingway se refería a los pensamientos como basura. Esta visión de Hemingway es muy importante, porque diferencia tácitamente a quien es un pensador, un creador, de quien es un estanque de pensamientos. Y resulta que el autoengaño proviene de ahí: creemos que pensamos cuando en realidad derivamos ideas a partir de los pensamientos ajenos. Es tan difícil darnos cuenta de ello, de esos extremos, porque en mayor medida nos anclamos en la memoria, cuyo factor interfiere constantemente entre estas dos cualidades del conocimiento.
Pensar es una cualidad intrínseca de la visión. Lo que Lezama llama imago. Ver, en el punto nodal, no es un pensamiento, sino un modo de reconocer la realidad. ¿Qué realidad? La que no puede ser objeto de conocimiento: la conciencia de ver. Pero cuando esta conciencia de ver pasa por los sentidos, coagula en una imagen, que se convierte en pensamiento en sí. Entonces el pensar se hace efectivo. Parte de quien ve. Desde luego, en sentido general, la literatura forma un estanque de pensamientos, no de pensar. La literatura, sobre todo el llamado realismo, es una balsa de pensamientos. Los escritores modernos suelen acumular pensamientos desde el exterior para derivar sus ideas. El realismo, en extensión, es una forma acuciosa de la memoria.
José Martí dijo que Félix Varela enseñó a los cubanos a pensar. ¿En qué sentido? En el sentido tradicional del término: a crear una memoria criolla, un pensamiento criollo, un estatus colectivo formal. Pero a pensar en sí, no creo. De ahí que las ideas del pensamiento cubano se transmitan por la vía de tendencias y estructuras ideo-políticas: independentismo, reformismo, abolicionismo, anexionismo, autonomismo, etcétera. Conceptos que constituyen un modo de derivar la frase sobre lo colectivo, cuando pensar en sí es una visión desde lo individual. Por eso el cubano se enmarca dentro de una tendencia según las circunstancias: “Soy patriota”, “soy martiano”, “soy independentista”, “soy revolucionario”… o “soy lo contrario”, una extensión de la memoria nacional.
Martí, que era uno de los más aventajados, quizás el más grande pensador cubano, derivó muchas de sus ideas de la memoria en formación, aunque algunas singulares llevaron el sello de la visión. Desgraciadamente, el cuerpo pensante de la intelectualidad cubana es tendencial. En los ensayos y novelas de Lezama, que siempre mantuvo distancia, podemos intuir esa dependencia de lo tradicional. Pensar en sí es muy peligroso. A causa de ello Nietzsche se volvió loco. El dilema está latente, porque de ello depende la verdadera libertad. El riesgo fue sugerido por Lezama cuando se empeñó en un sistema de pensamiento –sistema poético del mundo-- que desembocaría en una discontinuidad de lo politizante e ideológicamente pedestre.
Ya es hora que tengamos en cuenta la declaración de Hemingway: extirpemos la basura para dar paso al pensar legítimo, un modo elocuente de recrearnos en nuestra existencia gozosa y eliminar, como dice Emerson, la mentira de la historia.