Consciente de que el hombre es un ser social y cultural exiliado por naturaleza, un Adán y Eva fuera del Jardín del Edén, un ser arrojado al medio social sin previa consulta, las ideas del discurso y la narración cinematográfica del documental de Eduardo Lamora, Cuba: el arte de la espera, concluyen en que “el verdadero exilio es del retorno”. Más que fotografiar la realidad de un conjunto social en medio de carencias y vicisitudes económicas y políticas en Cuba, el documental rastrea de un modo sutil, hábil y cuidadoso, penetrando en los intersticios de la memoria histórica de cada una de las personas entrevistadas, las simbolizaciones textuales recurrentes en la Isla --desgracia y sufrimiento-- dibujando un panorama emocional y desgarrador en cada uno de los personajes: la vida en Cuba no tiene significado, o la vida para los personajes carece de sentido.
El punto de vista del narrador es sostener el origen de un milagro: esperar. En Cuba, a pesar de las carencias y vicisitudes y la falta de sentido para con la vida, aún se vive. Es decir, la vida está por encima de cualquier vicisitud política, económica y social, accediendo por medio de una etnología íntima a esos resquicios interculturales e interactuantes que rellenan la subjetividad y la mentalidad humana. La condición también, desde luego, de que la vida ha tenido, tiene y tendrá en su momento un significado dado.
En Preston, el rencuentro del narrador con su madre y demás familiares lo condujo a experimentar, directamente en conexión con su amor, una de las solicitudes existenciales de mayor envergadura para entender en qué consiste el exilio. Si no se retorna, si no se tiene contacto con la madre, con el ser, con un amante verdadero, no con la patria en abstracto, el exilio queda como un concepto y una metáfora yerta de sustancia humana. La presencia de la madre ayuda a que los secretos acumulados en el inconsciente se activen con lucidez, acercando la distancia con el consciente que se vuelve próximo. Con la presencia de la madre se revive la memoria y el paraíso perdido y con la madre surge el vuelo, se vuelve a soñar. Un punto interesante y novedoso, pero no exacto.
La tesis del narrador es derribar la frontera entre un exilio patrio, inconsciente, “de un amor ridículo a la tierra”, y un exilio amoroso, de reencuentro con la fuente de vida. Es decir, se es un exiliado consciente en la medida en que se produzca el retorno. Pero el retorno no debe ser hasta la madre; el retorno debe ser total, trascendental, porque con la madre subsiste una separación en cuyo espacio cabe aún la emoción de la separación y la expulsión. La madre no solamente te hace consciente del exilio, sino que lo recuerda por primera vez. Antes el narrador soñaba con el exilio; ahora la presencia de la madre le hace recordarlo y permite que se hunda en el recuerdo de su segundo exilio, ya que existe otro, desconocido, el primero y real. Una diferencia existencial respecto al exilio que muestra el punto de vista del narrador, que no está consciente aún del exilio en profundidad. Solo la presencia de su madre le recuerda que existe y le señala al mismo tiempo que debe vivirlo. No se trata ya de una justificación exiliada o de la conmoción que produce estar fuera de la patria. Se trata de un fenómeno por vivir y experimentar en sí mismo. En esto consiste el arte de la espera del exilio. La madre espera por un instante el exilio porque ella ha sido de algún modo una exiliada en su profundo retorno.
Y esta será la mayor realización de un exiliado cubano. El exilio tiene tres fases: la soñada, la recordada y la vivida. Esta última fase está por llegar –o mejor dicho, está oculta-- en el espectro simbólico del cubano. En la soñada estamos todos aquellos que nos consideramos exiliados por pura justificación; aquí el exilio formando un símbolo, un texto, un discurso que impera en la mente del exiliado. Un metarrelato histórico. La fase soñada es un exilio proyectado por la mente humana; es un exilio esperanzador: espera y espera que sucedan las cosas. En la fase recordada están aquellos como el narrador, quienes han podido tener contacto con su amor, con los secretos de su madre, con el útero envolvente, con la maga del tiempo. Esta fase es mucho más cercana a la realidad que la fase soñada, pero no deja de ser un sueño también. Pero la fase vivida no tiene parangón con las anteriores.
No tengo un exiliado cubano a mano que me permita ejemplificar; pero entre José Martí, Lezama Lima y Cabrera Infante, se abre una brecha desde el punto de vista intelectual. No vivieron un exilio, pero lo soñaron y lo recordaron. El Diario de campaña, los días que narra Martí desde su llegada hasta su caída, son la prueba cinematográfica de esta fase que está por vivir. Lezama, con su Paradiso, ve en Cemí al auténtico exiliado en su retorno, y Cabrera Infante se desvanece póstumo con sus desdichas habaneras. Pero en la fase final y vivida sucederá –imaginación mía-- algo inesperado. La conmoción se esfumará, las justificaciones se ausentarán y el martirio desaparecerá. La dicha lo invadirá todo. ¿Es que Erótica representa un punto de retorno para el exiliado cubano? No lo sé. Solo apuesto a que la vida tomará un nuevo significado que no puede ser dado de antemano por nadie: la responsabilidad de acción del exiliado entonces quedará a prueba. La del arte del retorno y la espera, se eclipsa.
En Preston, el rencuentro del narrador con su madre y demás familiares lo condujo a experimentar, directamente en conexión con su amor, una de las solicitudes existenciales de mayor envergadura para entender en qué consiste el exilio. Si no se retorna, si no se tiene contacto con la madre, con el ser, con un amante verdadero, no con la patria en abstracto, el exilio queda como un concepto y una metáfora yerta de sustancia humana. La presencia de la madre ayuda a que los secretos acumulados en el inconsciente se activen con lucidez, acercando la distancia con el consciente que se vuelve próximo. Con la presencia de la madre se revive la memoria y el paraíso perdido y con la madre surge el vuelo, se vuelve a soñar. Un punto interesante y novedoso, pero no exacto.
La tesis del narrador es derribar la frontera entre un exilio patrio, inconsciente, “de un amor ridículo a la tierra”, y un exilio amoroso, de reencuentro con la fuente de vida. Es decir, se es un exiliado consciente en la medida en que se produzca el retorno. Pero el retorno no debe ser hasta la madre; el retorno debe ser total, trascendental, porque con la madre subsiste una separación en cuyo espacio cabe aún la emoción de la separación y la expulsión. La madre no solamente te hace consciente del exilio, sino que lo recuerda por primera vez. Antes el narrador soñaba con el exilio; ahora la presencia de la madre le hace recordarlo y permite que se hunda en el recuerdo de su segundo exilio, ya que existe otro, desconocido, el primero y real. Una diferencia existencial respecto al exilio que muestra el punto de vista del narrador, que no está consciente aún del exilio en profundidad. Solo la presencia de su madre le recuerda que existe y le señala al mismo tiempo que debe vivirlo. No se trata ya de una justificación exiliada o de la conmoción que produce estar fuera de la patria. Se trata de un fenómeno por vivir y experimentar en sí mismo. En esto consiste el arte de la espera del exilio. La madre espera por un instante el exilio porque ella ha sido de algún modo una exiliada en su profundo retorno.
Y esta será la mayor realización de un exiliado cubano. El exilio tiene tres fases: la soñada, la recordada y la vivida. Esta última fase está por llegar –o mejor dicho, está oculta-- en el espectro simbólico del cubano. En la soñada estamos todos aquellos que nos consideramos exiliados por pura justificación; aquí el exilio formando un símbolo, un texto, un discurso que impera en la mente del exiliado. Un metarrelato histórico. La fase soñada es un exilio proyectado por la mente humana; es un exilio esperanzador: espera y espera que sucedan las cosas. En la fase recordada están aquellos como el narrador, quienes han podido tener contacto con su amor, con los secretos de su madre, con el útero envolvente, con la maga del tiempo. Esta fase es mucho más cercana a la realidad que la fase soñada, pero no deja de ser un sueño también. Pero la fase vivida no tiene parangón con las anteriores.
No tengo un exiliado cubano a mano que me permita ejemplificar; pero entre José Martí, Lezama Lima y Cabrera Infante, se abre una brecha desde el punto de vista intelectual. No vivieron un exilio, pero lo soñaron y lo recordaron. El Diario de campaña, los días que narra Martí desde su llegada hasta su caída, son la prueba cinematográfica de esta fase que está por vivir. Lezama, con su Paradiso, ve en Cemí al auténtico exiliado en su retorno, y Cabrera Infante se desvanece póstumo con sus desdichas habaneras. Pero en la fase final y vivida sucederá –imaginación mía-- algo inesperado. La conmoción se esfumará, las justificaciones se ausentarán y el martirio desaparecerá. La dicha lo invadirá todo. ¿Es que Erótica representa un punto de retorno para el exiliado cubano? No lo sé. Solo apuesto a que la vida tomará un nuevo significado que no puede ser dado de antemano por nadie: la responsabilidad de acción del exiliado entonces quedará a prueba. La del arte del retorno y la espera, se eclipsa.