Lo miraban, extrañamente, en cada andanza por el Instituto. Lo seguían sin seguirlo, o él dejaba la huella ventola. Estaba inquieto. Cuando todos callaban, él los forzaba a reírse, y volvía a dar vueltas entre asombrado e inventor.
—¿Pero qué te pasa, Fulano?
—Nada, ya lo sabrás.
Montaba en el ómnibus laboral, y era como si manejara mentalmente. “¿Cómo será arriba?” Se quedaba serio y sonreía a regañadientes. Sus compañeros lo observaban:
— ¿Qué tiene Fulano?
—Nada, olvídense, ya les traeré un regalito.
Los abandonaba en el misterio de la duda. Tantos años así, y ahora, con cincuenta, nunca lo pensó. No podía ser posible: en su casa se rascaba constantemente, los hijos lo ignoraban pero la esposa le abría una interrogación. Él le juntaba los labios, le cerraba los ojos, le filtraba una noticia en los oídos: ella lo había comprendido y terminaba gozosa.
— Sí, eh, ¿no lo crees? A ese país, sí... ¡y mi primer viaje! ¡Mi primer viaje, coño!
—¿Pero qué te pasa, Fulano?
—Nada, ya lo sabrás.
Montaba en el ómnibus laboral, y era como si manejara mentalmente. “¿Cómo será arriba?” Se quedaba serio y sonreía a regañadientes. Sus compañeros lo observaban:
— ¿Qué tiene Fulano?
—Nada, olvídense, ya les traeré un regalito.
Los abandonaba en el misterio de la duda. Tantos años así, y ahora, con cincuenta, nunca lo pensó. No podía ser posible: en su casa se rascaba constantemente, los hijos lo ignoraban pero la esposa le abría una interrogación. Él le juntaba los labios, le cerraba los ojos, le filtraba una noticia en los oídos: ella lo había comprendido y terminaba gozosa.
— Sí, eh, ¿no lo crees? A ese país, sí... ¡y mi primer viaje! ¡Mi primer viaje, coño!