Hoy quiero referirme a un hombre a quien, sin duda ni reserva, considero el padre de la lucha por los derechos humanos en Cuba (…) En él no hay un milímetro de arrogancia ni un adarme de protagonismo. Jamás le he escuchado referirse a nadie como enemigo ni suplicar el favor de los poderosos. Vive feliz rodeado de una docena de gatos que compiten, a veces hasta en forma agresiva, por el privilegio de su cariño, y por la dama fiel que retó a los esbirros para servirle de consolación y alivio. Su optimismo inveterado quedó consagrado el día en que contestó a alguien que lamentaba la división de nuestra disidencia con la frase: “La disidencia no se ha dividido, se ha multiplicado”.
No caben dudas de que Ricardo Bofill es una figura admirable y meritoria en la lucha de nuestro pueblo por su libertad. Debió haber sido objeto de nuestra más calurosa y pública acogida. Sin embargo, en una cultura que organiza homenajes de adoración mutua y reparte premios a cambio de prebendas, nadie anda de prisa por exaltar los méritos de un hombre humilde que, como nuestro Apóstol, piensa que “el deber debe cumplirse sencilla y naturalmente”.
Por otra parte, muchas veces me he preguntado por qué motivo los seres humanos hacemos el elogio de los amigos que se han ido y nunca tuvimos la gentileza de expresarles en vida nuestra admiración y nuestro afecto. No quiero esperar a que ni Ricardo ni yo pasemos a la otra dimensión de nuestro viaje universal para agradecerle su dedicación a nuestro pueblo y su ejemplo edificante.
No caben dudas de que Ricardo Bofill es una figura admirable y meritoria en la lucha de nuestro pueblo por su libertad. Debió haber sido objeto de nuestra más calurosa y pública acogida. Sin embargo, en una cultura que organiza homenajes de adoración mutua y reparte premios a cambio de prebendas, nadie anda de prisa por exaltar los méritos de un hombre humilde que, como nuestro Apóstol, piensa que “el deber debe cumplirse sencilla y naturalmente”.
Por otra parte, muchas veces me he preguntado por qué motivo los seres humanos hacemos el elogio de los amigos que se han ido y nunca tuvimos la gentileza de expresarles en vida nuestra admiración y nuestro afecto. No quiero esperar a que ni Ricardo ni yo pasemos a la otra dimensión de nuestro viaje universal para agradecerle su dedicación a nuestro pueblo y su ejemplo edificante.
Alfredo M. Cepero