
No caben dudas de que Ricardo Bofill es una figura admirable y meritoria en la lucha de nuestro pueblo por su libertad. Debió haber sido objeto de nuestra más calurosa y pública acogida. Sin embargo, en una cultura que organiza homenajes de adoración mutua y reparte premios a cambio de prebendas, nadie anda de prisa por exaltar los méritos de un hombre humilde que, como nuestro Apóstol, piensa que “el deber debe cumplirse sencilla y naturalmente”.
Por otra parte, muchas veces me he preguntado por qué motivo los seres humanos hacemos el elogio de los amigos que se han ido y nunca tuvimos la gentileza de expresarles en vida nuestra admiración y nuestro afecto. No quiero esperar a que ni Ricardo ni yo pasemos a la otra dimensión de nuestro viaje universal para agradecerle su dedicación a nuestro pueblo y su ejemplo edificante.
Alfredo M. Cepero