No es Martí el culpable directo, el creador inmediato --según Rafael Rojas--, del metarrelato histórico cubano del patriotismo, o, como dice Carlos Alberto Montaner, del sentimentalismo y la idea del nacionalismo tribal, sino sus apologistas y epígonos. El metarrelato histórico martiano surgió debido a la apropiación inconsciente, en las generaciones sucesivas, de las cosas sin vida, sin pulso y latido; esas que fueron objeto de crítica por el propio Martí. Lo que puede ser para la posteridad, lo que engendra lo vital, el espíritu después del cuerpo, no ha sido hallado por ninguna corriente ideológica y política en Cuba.
Ese potencial de reconocimiento inefable lo tenía Lezama Lima pero por un descuido lo perdió. En la construcción de un sistema poético del mundo se privó del sostén medular de una transferencia poética que devino fuerza retrógrada y antirrevolucionaria. Pero Lezama tenía el potencial para alcanzar el estado de transparencia por donde la poesía en verso podía desembocar en poesía en acto. Desafortunadamente, ello no sucedió. De la imagen poética Lezama pasó a la imagen novelada, y ahí fue donde se estancó.
Pero transformar radicalmente la poesía en verso, el ego poético, en algo eternamente vital, era un modo de morir para renacer al mismo tiempo: un modo de acción poética. Ningún movimiento literario hasta nuestros días, en Cuba, ha podido alcanzar esa cima de la acción poética, única prueba que desmitificaba cualquier metarrelato histórico para José Martí. Para Cuba e Hispanoamérica tenemos como prueba los días finales del cuerpo de Martí en campaña, allí donde el diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos deja entrever ciertos fragmentos de esa acción poética. En ello comienza a dibujarse un sentido de resurrección anti-histórica, guardando uno de los secretos más importantes de la labor revolucionaria de José Martí. De ahí se desprende un mensaje aún no abordado en la literatura cubana: mientras el poeta continuase produciendo poesía en verso, la transformación del espíritu seguiría siendo parcial, lo cual lo arrastraría a un sentimiento de frustración, de temor a la muerte. Un sentimiento propenso, desde luego, a reproducir ideas muertas. La acción poética que pudo producir Martí en algún momento de sus días finales es el único modo vital susceptible de mantener, en el sentido esotérico del término, la reformulación de una acción que evitara cualquier desprendimiento ideológico y político como identificación histórica. Es lo único provechoso en aras del mejor desenvolvimiento de las generaciones venideras.
Esa acción poética no deviene en metarrelato, en dogmatismo, en fuerza filosófica antirrevolucionaria, como ha sido el dictado de la teoría martiana a partir de sus textos políticos, aquello que se entiende como concepto de libertad. Esa teoría textual martiana, el metarrelato de que José Martí devino en repuesta inequívoca de nuestro devenir como ser cubano, es falsa y, desde luego, con ella nada satisfactorio se ha conseguido. El cubano en el fondo ha permanecido siendo el mismo, en la debida categorización de Joel James: el cubano está dividido contra sí mismo. Dentro del cubano no existe todavía una acción poética. Más bien el cubano ha estado reaccionando impulsado por la retórica del ego. En todos los campos de la historia del cubano, el ego ha sido la fuerza de empuje; el cubano se ha convertido en un ego refinado y culto. De ahí el metarrelato como fundamentación nacional. Pero esto de vital tiene muy poco. El ego muere en determinado casos con la acción poética martiana. Ese es el sentido que Martí le atribuye a la muerte.
Su guerra sin odio puede ser equiparada a la misma con que Krishna empuja a Arjuna al campo de batalla. La guerra es inevitable y todos los cubanos que participen en la guerra pueden ser arjunas, inconscientes al hecho mismo de la guerra, al desastre, a la muerte, pero la guerra no puede ser evitada. Ese sentimiento corre por las venas de los cubanos que aman la independencia. La guerra es un medio para alcanzar el fin. La guerra es el deseo, quizás era el más grande de los deseos de aquellos tiempos. Sin guerra el cubano no se hallaría; la guerra tendió un sentido existencial al cubano de aquellos días. De ahí su inevitabilidad.
Mirémoslos desde los cimientos mismos de la economía política. Donde se estructura un deseo, el deseo de pelear, donde queda un pasado por cumplir, aparece la oferta de la guerra. La guerra es el consumo del deseo de pelear, del deseo por el cual se llega a la libertad. Por eso Martí se ajusta casi por extremo a lo que Krishna le dice a Arjuna. La guerra no conlleva a la muerte, allí no hay nadie que muera. Puede ir y matar porque a nadie matará. Miles de cuerpos fallecerán, pero nadie morirá. La guerra tiene que ser sin odio, sin prejuicio; más bien un encuentro y un acuerdo amoroso, para que el deseo por pelear desaparezca de raíz. El deseo de la guerra, según Martí, es la más honda cristalización del ego cubano, del esfuerzo por sobrevivir a la esclavitud y el colonialismo. Por eso Martí lo consideraba un paso inevitable, una fuerza impulsora para elevar el estado de conciencia de los arjunas. El campo de batalla debía convertirse en toda una acción poética. Luchar pero estar consciente de la lucha, de que quien lucha solo lo hará frente otro cuerpo, frente a lo visible que oculta lo invisible. Cuando los arjunas (los mambises) terminen de estar conscientes de la guerra, de lo que implica estar batallando sin ningún deseo y propósito que no sea el de ganar un estado de consciencia, entonces es cuando de la reacción se pasa a la acción, a la comunión, al encuentro, a la metamorfosis poética. No habrá diferencias entre el cubano y el español.
Si el hombre actual se halla disponible, receptivo, entrenado para la receptividad del mundo, entonces la acción poética lo puede alcanzar y transformar. ¿Qué es la acción poética martiana y cómo se concibe de tal modo? Eso es lo que la literatura ha obviado hasta ahora. Aquí se esconde uno de los más grandes misterios de la literatura cubana, que hasta hoy se encuentra en silencio.
Ese potencial de reconocimiento inefable lo tenía Lezama Lima pero por un descuido lo perdió. En la construcción de un sistema poético del mundo se privó del sostén medular de una transferencia poética que devino fuerza retrógrada y antirrevolucionaria. Pero Lezama tenía el potencial para alcanzar el estado de transparencia por donde la poesía en verso podía desembocar en poesía en acto. Desafortunadamente, ello no sucedió. De la imagen poética Lezama pasó a la imagen novelada, y ahí fue donde se estancó.
Pero transformar radicalmente la poesía en verso, el ego poético, en algo eternamente vital, era un modo de morir para renacer al mismo tiempo: un modo de acción poética. Ningún movimiento literario hasta nuestros días, en Cuba, ha podido alcanzar esa cima de la acción poética, única prueba que desmitificaba cualquier metarrelato histórico para José Martí. Para Cuba e Hispanoamérica tenemos como prueba los días finales del cuerpo de Martí en campaña, allí donde el diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos deja entrever ciertos fragmentos de esa acción poética. En ello comienza a dibujarse un sentido de resurrección anti-histórica, guardando uno de los secretos más importantes de la labor revolucionaria de José Martí. De ahí se desprende un mensaje aún no abordado en la literatura cubana: mientras el poeta continuase produciendo poesía en verso, la transformación del espíritu seguiría siendo parcial, lo cual lo arrastraría a un sentimiento de frustración, de temor a la muerte. Un sentimiento propenso, desde luego, a reproducir ideas muertas. La acción poética que pudo producir Martí en algún momento de sus días finales es el único modo vital susceptible de mantener, en el sentido esotérico del término, la reformulación de una acción que evitara cualquier desprendimiento ideológico y político como identificación histórica. Es lo único provechoso en aras del mejor desenvolvimiento de las generaciones venideras.
Esa acción poética no deviene en metarrelato, en dogmatismo, en fuerza filosófica antirrevolucionaria, como ha sido el dictado de la teoría martiana a partir de sus textos políticos, aquello que se entiende como concepto de libertad. Esa teoría textual martiana, el metarrelato de que José Martí devino en repuesta inequívoca de nuestro devenir como ser cubano, es falsa y, desde luego, con ella nada satisfactorio se ha conseguido. El cubano en el fondo ha permanecido siendo el mismo, en la debida categorización de Joel James: el cubano está dividido contra sí mismo. Dentro del cubano no existe todavía una acción poética. Más bien el cubano ha estado reaccionando impulsado por la retórica del ego. En todos los campos de la historia del cubano, el ego ha sido la fuerza de empuje; el cubano se ha convertido en un ego refinado y culto. De ahí el metarrelato como fundamentación nacional. Pero esto de vital tiene muy poco. El ego muere en determinado casos con la acción poética martiana. Ese es el sentido que Martí le atribuye a la muerte.
Su guerra sin odio puede ser equiparada a la misma con que Krishna empuja a Arjuna al campo de batalla. La guerra es inevitable y todos los cubanos que participen en la guerra pueden ser arjunas, inconscientes al hecho mismo de la guerra, al desastre, a la muerte, pero la guerra no puede ser evitada. Ese sentimiento corre por las venas de los cubanos que aman la independencia. La guerra es un medio para alcanzar el fin. La guerra es el deseo, quizás era el más grande de los deseos de aquellos tiempos. Sin guerra el cubano no se hallaría; la guerra tendió un sentido existencial al cubano de aquellos días. De ahí su inevitabilidad.
Mirémoslos desde los cimientos mismos de la economía política. Donde se estructura un deseo, el deseo de pelear, donde queda un pasado por cumplir, aparece la oferta de la guerra. La guerra es el consumo del deseo de pelear, del deseo por el cual se llega a la libertad. Por eso Martí se ajusta casi por extremo a lo que Krishna le dice a Arjuna. La guerra no conlleva a la muerte, allí no hay nadie que muera. Puede ir y matar porque a nadie matará. Miles de cuerpos fallecerán, pero nadie morirá. La guerra tiene que ser sin odio, sin prejuicio; más bien un encuentro y un acuerdo amoroso, para que el deseo por pelear desaparezca de raíz. El deseo de la guerra, según Martí, es la más honda cristalización del ego cubano, del esfuerzo por sobrevivir a la esclavitud y el colonialismo. Por eso Martí lo consideraba un paso inevitable, una fuerza impulsora para elevar el estado de conciencia de los arjunas. El campo de batalla debía convertirse en toda una acción poética. Luchar pero estar consciente de la lucha, de que quien lucha solo lo hará frente otro cuerpo, frente a lo visible que oculta lo invisible. Cuando los arjunas (los mambises) terminen de estar conscientes de la guerra, de lo que implica estar batallando sin ningún deseo y propósito que no sea el de ganar un estado de consciencia, entonces es cuando de la reacción se pasa a la acción, a la comunión, al encuentro, a la metamorfosis poética. No habrá diferencias entre el cubano y el español.
Si el hombre actual se halla disponible, receptivo, entrenado para la receptividad del mundo, entonces la acción poética lo puede alcanzar y transformar. ¿Qué es la acción poética martiana y cómo se concibe de tal modo? Eso es lo que la literatura ha obviado hasta ahora. Aquí se esconde uno de los más grandes misterios de la literatura cubana, que hasta hoy se encuentra en silencio.