Mientras estemos en el ego, los dioses nos seguirán mirando con recelo. Ellos nos anunciarán dos cosas: Zaratustra nos dice: traten de disfrutar en su mundo lo más que puedan, porque en el otro mundo no lo podrán hacer. El superhombre será un simple jugador. Tal como la metafísica cedió paso al existencialismo, el hedonismo postmoderno ha acabado de imponerse como un realismo trascendente. Y es que en el goce, el espejo sigue reflejando lo que no es realmente. Te refleja no como eres, sino a través del concepto. El hedonismo parece ser la última desazón de lo trascendente, pero no es la trascendencia real. El lenguaje, el concepto, la metáfora, la imagen --incluyendo esa bella novela, Erótica, de Armando Añel—, son el último impedimento, el límite para ascender del ser al no ser, para ser dichosos.
¿Cómo se logra la transcendencia de lo hedónico? Si los existencialistas preguntaron qué sentido tiene la vida, el realismo trascendente concluirá que ser hedónica, que hay una esperanza. Si Hesse se plantea que la vida no tiene sentido, que es fútil, aburrida y nos plantea el suicidio, Lezama dirá que la vida es un goce en sí mismo. La vida es erótica, apabullante de sensualismo. Si digo que la vida no tiene sentido, puedo decir también que hay un sentido de la vida. En la manera en que me enfoque, así serán las cosas. Esta es la estrategia del arte y la estética objetiva: resolver un problema donde la negación puede sucumbir ante lo trascendente, ante una imagen no de lo real, sino de lo que se refleja como real.
Aun con el concepto hedonismo, con la filosofía del goce y el placer, un espejo, un sueño, una última valla quedan por sobrepasar. La dicha no llega con el hedonismo. El hedonismo es un paso intermedio hacia la dicha. El hedonismo puede dotarte en cierto momento de felicidad y goce sobre las cosas utilitarias, sean materiales o espirituales, pero no te concede la dicha. La dicha es un fenómeno trascendente, más allá del ego, más allá del placer y el disfrute. La dicha es una realidad trascendental, y el hedonismo es una postura pasajera ante la vida.
Hubo en la India una escuela hedónica muy conocida y mucha más antigua que la del jardín de Epicuro. Creo que el Jardín es una experiencia de esa escuela: la charvakas. Su máximo representante, Brihaspati, postulaba el ateísmo puro. Se expresaban en palabras tiernas y excluían cualquier lenguaje que provocara terror. Dios era el mayor terror porque siempre estaba martillando la mente del hombre desde la culpa, el pecado, el infierno, el juicio final. No lo dejaba disfrutar. Ellos decían que entre el nacimiento y la muerte hay una vida que disfrutar. La misma máxima de Epicuro, ¡come, bebe y disfruta! Decían: no pierdan el tiempo pensando en el más allá, en la vida después de la muerte, en que si la vida tiene o no sentido. Lo verdadero, lo correcto, es disfrutar la vida, su placer. Los charvakas pensaban así; era una postura materialista ante la vida. Eran los más antiguos hippies.
Pero la dicha no contiene el disfrute por lo material ni lo espiritual. La dicha es un punto de atención que posee el sujeto para observar el juego de la vida. Eso es lo que significa Zeus, jugar en la existencia, porque la vida no tiene otro propósito que jugar el juego de la energía. El despertar a la realidad solo se manifiesta como un juego; no un juego matemático como se ve en El juego de los abalorios, sino un juego en el goce.
Los griegos, especialmente Epicuro, interpretaron el centro del ente como goce. Pues entremos en Lezama, ¿poesía o poética? Ninguna de las dos; a lo sumo, una estética deductiva a la imagen. Llámesele poética o poesía, no es creación dolorosa natural, que atestigüe un nacimiento. Si Lezama hubiese nacido de nuevo de su poesía, entonces en balde su poética se hipostasiara en sus novelas. Entonces no hubiese sido posible un sistema poético. La técnica de crear la poesía constituye una poética del intelecto lezamiano. La cultura recrea los vigores estéticos del ego, pero no suscribe la enfermedad tiránica, esplendorosa de una poesía trascendente: de la dicha por ascensión.
¿Cómo se logra la transcendencia de lo hedónico? Si los existencialistas preguntaron qué sentido tiene la vida, el realismo trascendente concluirá que ser hedónica, que hay una esperanza. Si Hesse se plantea que la vida no tiene sentido, que es fútil, aburrida y nos plantea el suicidio, Lezama dirá que la vida es un goce en sí mismo. La vida es erótica, apabullante de sensualismo. Si digo que la vida no tiene sentido, puedo decir también que hay un sentido de la vida. En la manera en que me enfoque, así serán las cosas. Esta es la estrategia del arte y la estética objetiva: resolver un problema donde la negación puede sucumbir ante lo trascendente, ante una imagen no de lo real, sino de lo que se refleja como real.
Aun con el concepto hedonismo, con la filosofía del goce y el placer, un espejo, un sueño, una última valla quedan por sobrepasar. La dicha no llega con el hedonismo. El hedonismo es un paso intermedio hacia la dicha. El hedonismo puede dotarte en cierto momento de felicidad y goce sobre las cosas utilitarias, sean materiales o espirituales, pero no te concede la dicha. La dicha es un fenómeno trascendente, más allá del ego, más allá del placer y el disfrute. La dicha es una realidad trascendental, y el hedonismo es una postura pasajera ante la vida.
Hubo en la India una escuela hedónica muy conocida y mucha más antigua que la del jardín de Epicuro. Creo que el Jardín es una experiencia de esa escuela: la charvakas. Su máximo representante, Brihaspati, postulaba el ateísmo puro. Se expresaban en palabras tiernas y excluían cualquier lenguaje que provocara terror. Dios era el mayor terror porque siempre estaba martillando la mente del hombre desde la culpa, el pecado, el infierno, el juicio final. No lo dejaba disfrutar. Ellos decían que entre el nacimiento y la muerte hay una vida que disfrutar. La misma máxima de Epicuro, ¡come, bebe y disfruta! Decían: no pierdan el tiempo pensando en el más allá, en la vida después de la muerte, en que si la vida tiene o no sentido. Lo verdadero, lo correcto, es disfrutar la vida, su placer. Los charvakas pensaban así; era una postura materialista ante la vida. Eran los más antiguos hippies.
Pero la dicha no contiene el disfrute por lo material ni lo espiritual. La dicha es un punto de atención que posee el sujeto para observar el juego de la vida. Eso es lo que significa Zeus, jugar en la existencia, porque la vida no tiene otro propósito que jugar el juego de la energía. El despertar a la realidad solo se manifiesta como un juego; no un juego matemático como se ve en El juego de los abalorios, sino un juego en el goce.
Los griegos, especialmente Epicuro, interpretaron el centro del ente como goce. Pues entremos en Lezama, ¿poesía o poética? Ninguna de las dos; a lo sumo, una estética deductiva a la imagen. Llámesele poética o poesía, no es creación dolorosa natural, que atestigüe un nacimiento. Si Lezama hubiese nacido de nuevo de su poesía, entonces en balde su poética se hipostasiara en sus novelas. Entonces no hubiese sido posible un sistema poético. La técnica de crear la poesía constituye una poética del intelecto lezamiano. La cultura recrea los vigores estéticos del ego, pero no suscribe la enfermedad tiránica, esplendorosa de una poesía trascendente: de la dicha por ascensión.