Una de las más complejas dudas martianas, que aparece en su obra escrita, permanece en pie sin que aún se comprenda el fondo. En un lugar de sus cuadernos de apuntes, en medio de la incertidumbre filosófica de su época, y que lo llevó a experimentar un sinsabor de la vida, Martí se preguntó en un momento dado a sí mismo: ¿qué soy yo, lo que normalmente conocemos como el ego, yo cognoscente, la sustancia o una entidad sin límite? Esta pregunta, que se inclinó más por lo misterioso, por lo informe, lo ilimitado, lo irrepresentable, fue el motor impulsor del comienzo de una larga búsqueda acerca del contenido existencial de una política.
Sobre todo, Martí fue un incansable buscador, un místico de los más avezados de su tiempo. No era un teólogo, tampoco era un teósofo, aunque su obra se ve regida por ciertos conceptos de la teosofía, la teología, el ocultismo, el espiritualismo y la filosofía. Partió de la filosofía, pero cuando se introdujo de lleno en el núcleo duro del ser, cuando revisó todas las posibilidades internas del yo cognoscente, experimentó primero una gran duda, una gran insatisfacción, se hizo la pregunta que lo llevó a indagar más profundamente en el terreno del misterio, qué soy yo, y cuya respuesta no pudo ser dada desde la filosofía ni desde las doctrinas teológicas y metafísicas. El hallazgo de que el ser filosófico, teológico y de toda doctrina metafísica era sólo una apariencia del Ser, lo introdujo en la elaboración, paso a paso, de un esfuerzo teórico sobre el misticismo político.
En Martí se da --quizás es la primera experiencia mundial-- lo que llamamos el desplazamiento de la economía política por el misticismo político. Él no partía de los problemas económicos para dar respuesta a los problemas políticos. Ese no era su método, su proceder. Partía de lo misterioso, del estado en que se hallaba el hombre para dar soluciones políticas. Por eso la poesía se convirtió en un estado de expresión política. Abdala, por ejemplo, es una de sus mejores contribuciones al respecto. Pero el misticismo político ofrecía una entrada tentadora en la elaboración del deseo; del deseo por la búsqueda espiritual, que, traducido en otras palabras, es el propósito por la reconquista de sí mismo.
¿Se puede hablar en teoría sobre el misticismo político tal y como se hace en economía política? La concepción política del ideario martiano no pude concebirse como una teoría en sí. Martí sólo dejó los cimientos, fragmentos para la elaboración posterior de una teoría política bajo el influjo del misticismo, lo cual no ha sido considerado por ninguna tendencia política e ideológica en Cuba. ¿En qué consiste, entonces, el misticismo político martiano? En un sistema de experiencias, de vivencias, que doten a la sociedad cubana de originalidad y espontaneidad. En que la sociedad cubana se mantenga viva y creativa. Hasta entonces todo el patriotismo secular, el nacionalismo y el republicanismo, cuya advertencia primero viene de Emerson, son entidades supuestamente muertas, generacionales: los muertos entierran a los muertos. El discurso político que se derive de un estado económico liberal siempre responderá al esfuerzo de un deseo por la oferta. No importa que el deseo no esté arraigado todavía, lo que importa primero es crear la oferta, crear un estado político republicano para echar a andar la empresa. El deseo, el valor, vendrá por sí mismo. Se esperaba, por parte de los interventores americanos en Cuba, esa disposición del pueblo cubano. Pero no resultó así. El deseo por la libertad constituyó, por encima de la oferta política republicana, la supremacía. De ahí la fuerza del nacionalismo cubano.
Cuando se evidenció que la colonia devenida en República comenzó a presentar síntomas de una profunda frustración, los políticos cubanos que la administraban en aquel entonces se dieron cuenta que el fallo radicaba en la implementación, dentro de los cánones del republicanismo, del nacionalismo romántico, del deseo de inmortalidad. El sueño del cubano por la libertad no quería morir dentro de la jerga republicana. No se quería perder el sabor del deseo de libertad experimentado tiempos atrás. Por eso es fácil para algunos intelectuales posmodernos comprender el fastidio martiano. Martí no era partidario de la sobrevivencia del deseo libertario en absoluto, éste podía causar graves problemas a la gestión política del país. Él apostaba por algo más sencillo, entregar como oferta el amor para que se constituyese en un deseo para todos. Eso es lo que quiere decir con la frase “con todos y para el bien de todos”. En ello radica también la clave de su misticismo político. El amor es una fuerza del alma, de lo invisible, de la entidad viviente del hombre por la cual se produce la compasión, el estado anímico por donde los quehaceres políticos, económicos y sociales se visualizan como inherentes a cosas sin fuerzas, pero útiles al progreso técnico de la evolución humana.
Todo el soberbio materialismo tecnológico en el plano de la comunicación de la era postmoderna se debe a la falta de una teoría sobre el misticismo político. Cuando entrado el siglo XX la tecnología sucumbió a la filosofía, la oferta se constituyó en el paradigma absoluto de la creación del deseo, de la creación del valor en el mundo material. Weber fue uno de los primeros científicos sociales en elaborar la teoría de los tipos ideales sobre esta tendencia del capitalismo industrial reciente. Constituyó el escenario de toda su elaboración teórica acerca del materialismo económico de la sociedad industrial capitalista.
Martí, viendo a ese gigante de siete leguas sobrevenir, anticipó los cimientos de una teoría, al revés si preferimos, para contenerlo. En ello no radica el antiimperialismo del que siempre se habla. En ello existe una visión profunda de las consecuencias que provocaría la entrada en acción del gigante de siete leguas. Este gigante se postulaba destruir por entero la vieja situación económica en lugares donde surgiese un deseo, un anhelo, un sueño, acerca primero de la demanda. Con el gigante se daba un giro de 180 grados y se proponía primero la elaboración de la oferta a gran escala para crear el deseo, el deseo del cambio. Según Marx, ahí radica toda la teoría de la economía política del capitalismo.
Viendo esto, Martí se interesaba por entregar algo más duradero que la simple oferta económica de la política en sí; había que entregar sobre todas las cosas la intrepidez del alma. Entonces la República, con todo lo que implicase desde el punto de vista legislativo, judicial y ejecutivo, apoyada en su economía, estaría respaldada por esa gracia divina. El misticismo político crearía ciertas válvulas de escape a la intransigencia económica moderna y postindustrial. Lo que mata todo el interés por la ética es el descomunal deseo por el consumo. Martí dice que la sociedad finisecular ha sido inducida para crear el hábito hacia el consumo. La sociedad crea la dimensión del consumo mediante la extorsión de la oferta. En la misma dirección del consumo, el hombre hoy quiere una cosa y al mismo tiempo ya está esperando por el nuevo consumo; de modo que el futuro vendrá para ser consumido igualmente. La mente consumista es la estrategia más sutil en la que puede incurrir el ego. El ego es la reacción del consumo mismo, deslizándose mediante la creación del tiempo. Ello esconde, según Martí, una profunda actitud psicológica que no ha sido desmitificada por completo.
En ese mismo sentido, actúa el deseo del nacionalismo y de los rezagos del sentimiento patrio. Si se van creando espacios para el consumo de la oferta política, instituciones políticas burocráticas y partidos políticos, el nacionalismo a la postre traicionará al republicanismo. Es una ley natural. Es lógico que así suceda, si no se respalda con una teoría sobre el misticismo político. A la manifestación social debe seguir la transformación radical. En el estado en que suceden estas cosas, en el estado del pensamiento de una sociedad, la economía política es lo natural. Es la entrada por la cual la naturaleza proporciona la economía política, los estados de ideología, para que sean transformados en estados políticos de conciencia.
¿En qué consiste hablar, entonces, de una teoría sobre el misticismo político martiano? Por el momento es algo difícil considerarlo como un sistema coherente de ideas y principios, debido a que los tanteos preliminares se han ido elaborando tomando como referente la formación de los cuerpos donde se fragua la emoción, los pensamientos y los estados psicológicos desde el cuerpo espiritual. Quizás habría que buscar algunos antecedentes de esta propuesta martiana en los umbrales del siglo XIX. En la filosofía electiva de Agustín Caballero, en el Krausismo español con el Ideal de la humanidad, en el trascendentalismo norteamericano y sobre todo en los trabajos de Emerson, que constituyeron rigurosos ensayos sobre La conducta de la vida, publicados en 1867. Por vía de una zona oculta cubana no estudiada a fondo, a través de la influencia del cusimo alemán y la mística swedenborgiana entregada por Emerson a América a mediados del siglo XIX, empezaría a dibujarse una constelación de datos propiciatorios a considerar. El propio Emerson estuvo profundamente ocupado en el destino de la constitución americana y por esa vía comenzó el telo. Esa teoría del misticismo político vio el nacimiento en un programa dirigido por Emerson, cuando interpuso a la luz pública el verdadero funcionamiento del escolar norteamericano. Se cuenta que Emerson disfrutó mucho el momento en que Henry Thoreau egresó de la universidad sin que su inteligencia hubiese sido corroída por el sistema de educación universitario norteamericano.
Desde entonces la posición crítica de Emerson a la educación universitaria norteamericana abrió para América una brecha política de cuestionamientos cruciales que en manos de Martí, que bebió de su obra, comenzó a desarrollarse clara y abiertamente.
Lo que Emerson decía era de un alto valor significativo para el destino del pueblo norteamericano y alcanzaba a América: el escolar no puede ser reducido a un pobre lodo de conocimientos prestados. Eso es lo que han estado enseñando las universidades. ¿Dónde está, se preguntaba Emerson, el respecto por la inteligencia individual, porque el hombre elabore sus propias opiniones? Esto conllevaba a la dogmatización del saber y mataba la espontaneidad del conocimiento. En la filosofía electiva de Agustín Caballero se esbozaba el principio de una ardua crítica al sistema de enseñanza escolástico en la Isla, pero no profundizaba lo suficiente sobre en qué consistía el conocimiento prestado, es decir, para qué conocer a través de las escrituras, los tratados filosóficos, las tendencias artísticas, las creencias religiosas. Emerson fue el primero en introducir para América ese concepto. De ahí su posición crítica ante todos, ante el poeta, el filosofo, el artista, el religioso, el político.
El germen de lo que en el futuro pueda llegar a ser una teoría sobre el misticismo político, es decir, desentrañar el misterio de la política o el arte de hacer política, se halla en ese concepto emersiano. En el prólogo a un poema de Pérez Bonalde, Martí comienza a esbozar las implicaciones de ese conocimiento prestado. Ya en 1882 Martí se lanza a trabajar de lleno en esa dirección, en la búsqueda de una política que trabajase desde la raíz misma del problema del ego. Una política que no fuese prestada, un conocimiento sobre política que se apartarse de la funcionalidad del ego cubano, al menos de la maga del tiempo. ¿Qué quiere decir esto? El emprendimiento político hacia la superación del ego. El ego crea la política corriente, pero es la política del misterio la que acabara imponiéndose como política. En este sentido, en el sentido martiano, la política estaría fuera de la dimensión del tiempo, del espejismo del tiempo. Toda política dentro del tiempo, y aquí yacen todas las ideologías de los partidos políticos tradicionales, es un fenómeno ilusorio. Quien estudie a fondo las implicaciones esotéricas del Partido Revolucionario Cubano (PRC) encontrará algo que nuestro intelecto no podrá saborear. Encontrará en él la base del misterio político.
Hay que tomar en cuenta un hecho de partida para comprender el asunto del misticismo político en José Martí. A diferencia del PRC, los partidos políticos establecidos en Cuba en esa época, por ejemplo el partido Autonomista, no poseían una base existencial y consciente. No se hallaban conectados con la Política, con lo que años más tarde Carl Gustavo Jung llamaría la ley de la sincronicidad. ¿De qué se constituye un partido político no sincronizado? De conocimientos y hechos prestados. Se constituye de pensamientos de otros. Toda actividad ideológica estará constituida de pensamientos y no de reflexión. No es el PRC una institución ideológica propiamente dicha, aunque en la superficie se manifieste como ideológica. El PRC no es una institución política derivada de pensamientos, sino de la reflexión.
Esta palabra reflexión, usada por el Apóstol para significar un estado esencial de la revolución, no ha sido captada en toda su magnitud, más bien se ha confundido con el mismo significado de pensamiento, de pensar, razonar en su estado más simple. Con el reflexionar, el pensar y los pensamientos adquieren una cualidad superior, trascendental. Se pasa de estar pensando a través del otro a pensar desde sí mismo. Toda ideología es un modo de estar pensando a través del otro, a través del ego. Posee una continuidad histórica. Es la historia la que determina el pensamiento ideológico. Esta dicotomía entre tener pensamientos y reflexionar sin pensamientos, debe ser entendida porque ha sido la maga por la cual el intelecto posterior ha perdido la realidad y el significado esotérico del PRC y de toda la idea revolucionaria de José Martí.
Existen tantos textos que hablan del “pensamiento” de José Martí como textos que no captan la realidad de ese pensamiento. Cuando algo llega a cuajar, a manifestarse como entidad política, como es el caso de los partidos políticos que se manifestaron en la sociedad cubana pos guerra del 68, fueron estados de pensamiento y no de reflexión. La dirección del PRC no es política en sí misma, o sea, intromisión del poder político. Su política es más bien espiritual.
Y no significa un partido único, un fenómeno político, sino un punto de partida para la iniciación revolucionaria del pueblo de Cuba. En otra palabras, la sincronicidad con que el pueblo se fundara para derrocar al ego político. Un pueblo dirigido por el ego político se halla en tremendas dificultades para evolucionar a niveles superiores de conciencia. Toda la frustración política republicana se debe a este hecho. Cuando digo que el PRC no es el partido único para la revolución, estoy afirmando la sentencia martiana trascendental de que no se está frente a una manifestación cualquiera de existencia, sino de su lado opuesto, transformativo. El PRC existió, es un instrumento vivo, real al fenómeno del despertar de la conciencia; el autonomista no existe, es un instrumento muerto, pero vivo a la capacidad de aprehensión del ego. Es un estado de pensamiento. El PRC es el vehículo, el médium por excelencia de la política trascendental. Es un estado de reflexión.
Por eso Martí concibe al PRC como un periodo de duración bastante largo, quizás mucho más largo que el promedio de vida de un hombre. El PRC se proyecta, y aquí radica la sutileza de la ambición del ego y de una posible teoría, como un periodo transitorio entre el hombre arrogante y el hombre magno martiano. Su fin, su destrucción, es la aparición del hombre magno mismo, símbolo del misticismo político. En ese ideal de la humanidad cada ente social representará la política universal, la igualdad y la justicia que proclamaron, pero que no supieron echar a andar, los krausistas españoles.
Sobre todo, Martí fue un incansable buscador, un místico de los más avezados de su tiempo. No era un teólogo, tampoco era un teósofo, aunque su obra se ve regida por ciertos conceptos de la teosofía, la teología, el ocultismo, el espiritualismo y la filosofía. Partió de la filosofía, pero cuando se introdujo de lleno en el núcleo duro del ser, cuando revisó todas las posibilidades internas del yo cognoscente, experimentó primero una gran duda, una gran insatisfacción, se hizo la pregunta que lo llevó a indagar más profundamente en el terreno del misterio, qué soy yo, y cuya respuesta no pudo ser dada desde la filosofía ni desde las doctrinas teológicas y metafísicas. El hallazgo de que el ser filosófico, teológico y de toda doctrina metafísica era sólo una apariencia del Ser, lo introdujo en la elaboración, paso a paso, de un esfuerzo teórico sobre el misticismo político.
En Martí se da --quizás es la primera experiencia mundial-- lo que llamamos el desplazamiento de la economía política por el misticismo político. Él no partía de los problemas económicos para dar respuesta a los problemas políticos. Ese no era su método, su proceder. Partía de lo misterioso, del estado en que se hallaba el hombre para dar soluciones políticas. Por eso la poesía se convirtió en un estado de expresión política. Abdala, por ejemplo, es una de sus mejores contribuciones al respecto. Pero el misticismo político ofrecía una entrada tentadora en la elaboración del deseo; del deseo por la búsqueda espiritual, que, traducido en otras palabras, es el propósito por la reconquista de sí mismo.
¿Se puede hablar en teoría sobre el misticismo político tal y como se hace en economía política? La concepción política del ideario martiano no pude concebirse como una teoría en sí. Martí sólo dejó los cimientos, fragmentos para la elaboración posterior de una teoría política bajo el influjo del misticismo, lo cual no ha sido considerado por ninguna tendencia política e ideológica en Cuba. ¿En qué consiste, entonces, el misticismo político martiano? En un sistema de experiencias, de vivencias, que doten a la sociedad cubana de originalidad y espontaneidad. En que la sociedad cubana se mantenga viva y creativa. Hasta entonces todo el patriotismo secular, el nacionalismo y el republicanismo, cuya advertencia primero viene de Emerson, son entidades supuestamente muertas, generacionales: los muertos entierran a los muertos. El discurso político que se derive de un estado económico liberal siempre responderá al esfuerzo de un deseo por la oferta. No importa que el deseo no esté arraigado todavía, lo que importa primero es crear la oferta, crear un estado político republicano para echar a andar la empresa. El deseo, el valor, vendrá por sí mismo. Se esperaba, por parte de los interventores americanos en Cuba, esa disposición del pueblo cubano. Pero no resultó así. El deseo por la libertad constituyó, por encima de la oferta política republicana, la supremacía. De ahí la fuerza del nacionalismo cubano.
Cuando se evidenció que la colonia devenida en República comenzó a presentar síntomas de una profunda frustración, los políticos cubanos que la administraban en aquel entonces se dieron cuenta que el fallo radicaba en la implementación, dentro de los cánones del republicanismo, del nacionalismo romántico, del deseo de inmortalidad. El sueño del cubano por la libertad no quería morir dentro de la jerga republicana. No se quería perder el sabor del deseo de libertad experimentado tiempos atrás. Por eso es fácil para algunos intelectuales posmodernos comprender el fastidio martiano. Martí no era partidario de la sobrevivencia del deseo libertario en absoluto, éste podía causar graves problemas a la gestión política del país. Él apostaba por algo más sencillo, entregar como oferta el amor para que se constituyese en un deseo para todos. Eso es lo que quiere decir con la frase “con todos y para el bien de todos”. En ello radica también la clave de su misticismo político. El amor es una fuerza del alma, de lo invisible, de la entidad viviente del hombre por la cual se produce la compasión, el estado anímico por donde los quehaceres políticos, económicos y sociales se visualizan como inherentes a cosas sin fuerzas, pero útiles al progreso técnico de la evolución humana.
Todo el soberbio materialismo tecnológico en el plano de la comunicación de la era postmoderna se debe a la falta de una teoría sobre el misticismo político. Cuando entrado el siglo XX la tecnología sucumbió a la filosofía, la oferta se constituyó en el paradigma absoluto de la creación del deseo, de la creación del valor en el mundo material. Weber fue uno de los primeros científicos sociales en elaborar la teoría de los tipos ideales sobre esta tendencia del capitalismo industrial reciente. Constituyó el escenario de toda su elaboración teórica acerca del materialismo económico de la sociedad industrial capitalista.
Martí, viendo a ese gigante de siete leguas sobrevenir, anticipó los cimientos de una teoría, al revés si preferimos, para contenerlo. En ello no radica el antiimperialismo del que siempre se habla. En ello existe una visión profunda de las consecuencias que provocaría la entrada en acción del gigante de siete leguas. Este gigante se postulaba destruir por entero la vieja situación económica en lugares donde surgiese un deseo, un anhelo, un sueño, acerca primero de la demanda. Con el gigante se daba un giro de 180 grados y se proponía primero la elaboración de la oferta a gran escala para crear el deseo, el deseo del cambio. Según Marx, ahí radica toda la teoría de la economía política del capitalismo.
Viendo esto, Martí se interesaba por entregar algo más duradero que la simple oferta económica de la política en sí; había que entregar sobre todas las cosas la intrepidez del alma. Entonces la República, con todo lo que implicase desde el punto de vista legislativo, judicial y ejecutivo, apoyada en su economía, estaría respaldada por esa gracia divina. El misticismo político crearía ciertas válvulas de escape a la intransigencia económica moderna y postindustrial. Lo que mata todo el interés por la ética es el descomunal deseo por el consumo. Martí dice que la sociedad finisecular ha sido inducida para crear el hábito hacia el consumo. La sociedad crea la dimensión del consumo mediante la extorsión de la oferta. En la misma dirección del consumo, el hombre hoy quiere una cosa y al mismo tiempo ya está esperando por el nuevo consumo; de modo que el futuro vendrá para ser consumido igualmente. La mente consumista es la estrategia más sutil en la que puede incurrir el ego. El ego es la reacción del consumo mismo, deslizándose mediante la creación del tiempo. Ello esconde, según Martí, una profunda actitud psicológica que no ha sido desmitificada por completo.
En ese mismo sentido, actúa el deseo del nacionalismo y de los rezagos del sentimiento patrio. Si se van creando espacios para el consumo de la oferta política, instituciones políticas burocráticas y partidos políticos, el nacionalismo a la postre traicionará al republicanismo. Es una ley natural. Es lógico que así suceda, si no se respalda con una teoría sobre el misticismo político. A la manifestación social debe seguir la transformación radical. En el estado en que suceden estas cosas, en el estado del pensamiento de una sociedad, la economía política es lo natural. Es la entrada por la cual la naturaleza proporciona la economía política, los estados de ideología, para que sean transformados en estados políticos de conciencia.
¿En qué consiste hablar, entonces, de una teoría sobre el misticismo político martiano? Por el momento es algo difícil considerarlo como un sistema coherente de ideas y principios, debido a que los tanteos preliminares se han ido elaborando tomando como referente la formación de los cuerpos donde se fragua la emoción, los pensamientos y los estados psicológicos desde el cuerpo espiritual. Quizás habría que buscar algunos antecedentes de esta propuesta martiana en los umbrales del siglo XIX. En la filosofía electiva de Agustín Caballero, en el Krausismo español con el Ideal de la humanidad, en el trascendentalismo norteamericano y sobre todo en los trabajos de Emerson, que constituyeron rigurosos ensayos sobre La conducta de la vida, publicados en 1867. Por vía de una zona oculta cubana no estudiada a fondo, a través de la influencia del cusimo alemán y la mística swedenborgiana entregada por Emerson a América a mediados del siglo XIX, empezaría a dibujarse una constelación de datos propiciatorios a considerar. El propio Emerson estuvo profundamente ocupado en el destino de la constitución americana y por esa vía comenzó el telo. Esa teoría del misticismo político vio el nacimiento en un programa dirigido por Emerson, cuando interpuso a la luz pública el verdadero funcionamiento del escolar norteamericano. Se cuenta que Emerson disfrutó mucho el momento en que Henry Thoreau egresó de la universidad sin que su inteligencia hubiese sido corroída por el sistema de educación universitario norteamericano.
Desde entonces la posición crítica de Emerson a la educación universitaria norteamericana abrió para América una brecha política de cuestionamientos cruciales que en manos de Martí, que bebió de su obra, comenzó a desarrollarse clara y abiertamente.
Lo que Emerson decía era de un alto valor significativo para el destino del pueblo norteamericano y alcanzaba a América: el escolar no puede ser reducido a un pobre lodo de conocimientos prestados. Eso es lo que han estado enseñando las universidades. ¿Dónde está, se preguntaba Emerson, el respecto por la inteligencia individual, porque el hombre elabore sus propias opiniones? Esto conllevaba a la dogmatización del saber y mataba la espontaneidad del conocimiento. En la filosofía electiva de Agustín Caballero se esbozaba el principio de una ardua crítica al sistema de enseñanza escolástico en la Isla, pero no profundizaba lo suficiente sobre en qué consistía el conocimiento prestado, es decir, para qué conocer a través de las escrituras, los tratados filosóficos, las tendencias artísticas, las creencias religiosas. Emerson fue el primero en introducir para América ese concepto. De ahí su posición crítica ante todos, ante el poeta, el filosofo, el artista, el religioso, el político.
El germen de lo que en el futuro pueda llegar a ser una teoría sobre el misticismo político, es decir, desentrañar el misterio de la política o el arte de hacer política, se halla en ese concepto emersiano. En el prólogo a un poema de Pérez Bonalde, Martí comienza a esbozar las implicaciones de ese conocimiento prestado. Ya en 1882 Martí se lanza a trabajar de lleno en esa dirección, en la búsqueda de una política que trabajase desde la raíz misma del problema del ego. Una política que no fuese prestada, un conocimiento sobre política que se apartarse de la funcionalidad del ego cubano, al menos de la maga del tiempo. ¿Qué quiere decir esto? El emprendimiento político hacia la superación del ego. El ego crea la política corriente, pero es la política del misterio la que acabara imponiéndose como política. En este sentido, en el sentido martiano, la política estaría fuera de la dimensión del tiempo, del espejismo del tiempo. Toda política dentro del tiempo, y aquí yacen todas las ideologías de los partidos políticos tradicionales, es un fenómeno ilusorio. Quien estudie a fondo las implicaciones esotéricas del Partido Revolucionario Cubano (PRC) encontrará algo que nuestro intelecto no podrá saborear. Encontrará en él la base del misterio político.
Hay que tomar en cuenta un hecho de partida para comprender el asunto del misticismo político en José Martí. A diferencia del PRC, los partidos políticos establecidos en Cuba en esa época, por ejemplo el partido Autonomista, no poseían una base existencial y consciente. No se hallaban conectados con la Política, con lo que años más tarde Carl Gustavo Jung llamaría la ley de la sincronicidad. ¿De qué se constituye un partido político no sincronizado? De conocimientos y hechos prestados. Se constituye de pensamientos de otros. Toda actividad ideológica estará constituida de pensamientos y no de reflexión. No es el PRC una institución ideológica propiamente dicha, aunque en la superficie se manifieste como ideológica. El PRC no es una institución política derivada de pensamientos, sino de la reflexión.
Esta palabra reflexión, usada por el Apóstol para significar un estado esencial de la revolución, no ha sido captada en toda su magnitud, más bien se ha confundido con el mismo significado de pensamiento, de pensar, razonar en su estado más simple. Con el reflexionar, el pensar y los pensamientos adquieren una cualidad superior, trascendental. Se pasa de estar pensando a través del otro a pensar desde sí mismo. Toda ideología es un modo de estar pensando a través del otro, a través del ego. Posee una continuidad histórica. Es la historia la que determina el pensamiento ideológico. Esta dicotomía entre tener pensamientos y reflexionar sin pensamientos, debe ser entendida porque ha sido la maga por la cual el intelecto posterior ha perdido la realidad y el significado esotérico del PRC y de toda la idea revolucionaria de José Martí.
Existen tantos textos que hablan del “pensamiento” de José Martí como textos que no captan la realidad de ese pensamiento. Cuando algo llega a cuajar, a manifestarse como entidad política, como es el caso de los partidos políticos que se manifestaron en la sociedad cubana pos guerra del 68, fueron estados de pensamiento y no de reflexión. La dirección del PRC no es política en sí misma, o sea, intromisión del poder político. Su política es más bien espiritual.
Y no significa un partido único, un fenómeno político, sino un punto de partida para la iniciación revolucionaria del pueblo de Cuba. En otra palabras, la sincronicidad con que el pueblo se fundara para derrocar al ego político. Un pueblo dirigido por el ego político se halla en tremendas dificultades para evolucionar a niveles superiores de conciencia. Toda la frustración política republicana se debe a este hecho. Cuando digo que el PRC no es el partido único para la revolución, estoy afirmando la sentencia martiana trascendental de que no se está frente a una manifestación cualquiera de existencia, sino de su lado opuesto, transformativo. El PRC existió, es un instrumento vivo, real al fenómeno del despertar de la conciencia; el autonomista no existe, es un instrumento muerto, pero vivo a la capacidad de aprehensión del ego. Es un estado de pensamiento. El PRC es el vehículo, el médium por excelencia de la política trascendental. Es un estado de reflexión.
Por eso Martí concibe al PRC como un periodo de duración bastante largo, quizás mucho más largo que el promedio de vida de un hombre. El PRC se proyecta, y aquí radica la sutileza de la ambición del ego y de una posible teoría, como un periodo transitorio entre el hombre arrogante y el hombre magno martiano. Su fin, su destrucción, es la aparición del hombre magno mismo, símbolo del misticismo político. En ese ideal de la humanidad cada ente social representará la política universal, la igualdad y la justicia que proclamaron, pero que no supieron echar a andar, los krausistas españoles.